viernes, 5 de septiembre de 2008

5.6 recuerdos de Erna.

Edith era la más pequeña de los siete hermanos y la próxima a mí en edad.
Nos separaban escasamente dos años, y así fue natural que, desde la niñez y hasta el tiempo de distanciarse externamente nuestros caminos, estuviéramos unidas la una a la otra más que cualquiera de nuestros hermanos.
Su primera niñez, coincidió en el tiempo, en que nuestra madre sobrellevaba las tareas más pesadas, pero con gran fortaleza del negocio familiar de maderas y nuestra educación, tras la muerte repentina de nuestro padre.
A causa de sus cargas poco podía dedicarse a nosotras. Las dos pequeñas estábamos acostumbradas a entendernos las dos solas y –al menos por las mañanas, hasta que los mayores volvían de la escuela-nos entreteníamos nosotras solas.
Hasta donde conozco de las narraciones de mi madre, de mis hermanos y por recuerdo personal, éramos bastante formales y raramente nos reñían.
Pertenece a los primeros recuerdos el que Paul, mí hermano mayor, pasease en brazos a Edith por la habitación entonando canciones estudiantiles o que le mostrase las ilustraciones de su historia de la literatura y pronunciase discursos de Schiller, Goethe, etc.
Tenía una memoria formidable y todo lo retenía. Muchos de nuestros numerosos tíos y tías intentaban ensalzarla o se esforzaban equivocadamente, por hacerle creer que era “Maria Estuardo” de Goethe o algo parecido. Esto constituyo un rotundo fracaso.
Desde los cuatro o cinco años comenzó a manifestar conocimientos de literatura. Cuando entré yo en la escuela, se sintió terriblemente sola, tanto que mi madre decidió internarla en un jardín de infancia. Pero esto fracasó del todo. ¡Se veía allí tan desoladamente infeliz!.
Aventajaba intelectualmente a todos los niños. Muy pronto comenzó a suplicar que se le permitiese ir a la escuela ya en Otoño, cuando el 12 de Octubre cumpliese los seis años.

Si bien era pequeña a todas luces y no se le atribuían los seis años, el director de la escuela Victoria de Breslau, escuela que ya habíamos frecuentado antes que ella las cuatro hermanas, consintió en ceder a sus ruegos insistentes.
Y así comenzó su tiempo escolar en su sexto cumpleaños; el 12 de Octubre de 1907.
Puesto que no era usual por entonces comenzar el curso en otoño, solamente permaneció en la clase inferior durante medio año.
A pesar de ello, ya en Navidad era una de las mejores alumnas. Era muy capaz y muy aplicada, así como segura y de una energía férrea. No obstante nunca fue mala amiga, sino que siempre fue una excelente compañera pronta a ayudar.
Durante todo el tiempo escolar obtuvo resultados brillantes. Todos nosotros aceptábamos como natural el hecho de que, al igual que yo, después de acabar la escuela femenina, terminaría los cursos de bachillerato en la escuela Victoria, para así poder acceder a una carrera. Sin embargo, nos sorprendió su decisión de dejar la escuela.
Como todavía era muy pequeña y delicada, mi madre cedió y la envió, en parte por descanso, en parte para ayudar a casa de mi hermana Else, que estaba casada en Hamburgo y que tenía tres niños pequeños.
Allí permaneció ocho meses, cumpliendo con su deber escrupulosa e incansablemente, en las tareas domésticas.
Cuando mi madre la visitó después de seis meses, apenas si la reconoció. Había crecido muchísimo y parecía plenamente madura.
En esta ocasión confió a mi madre que había cambiado de parecer y que deseaba regresar a la escuela para poder seguir estudiando.
Regreso a Breslau; se preparó en latín y matemáticas con la ayuda de dos estudiantes para pasar a la secundaría y superó brillantemente el examen de admisión.
El resto del tiempo escolar no supuso ninguna sorpresa. Como siempre estuvo en los primeros puestos de la clase, librándose al final del examen oral de bachillerato. A la par que en la escuela, tomaba parte activa en todas nuestras diversiones con los compañeros.
Nunca fue una aguafiestas. Se le podían confiar todas las cosas y todos los secretos; estaba siempre dispuesta a aconsejar y a ayudar, y todo era bien recibido por ella.
Los años universitarios (Yo había comenzado a estudiar medicina en 1909) fueron para nosotras tiempo de trabajo serio, pero también de estupendo compañerismo.
Habíamos formado un grupo de ambos sexos con los que pasábamos nuestras horas libres y las vacaciones en gran libertad y sin prejuicios, dadas las condiciones de aquellos tiempos.
Manteníamos discusiones sobre temas científicos y sociales en amplios y reducidos círculos de amigos.
Edith era entre todas la más competente a causa de su lógica imperturbable y de su amplio conocimiento de cuestiones literarias y filosóficas.
En el transcurso de nuestras vacaciones realizábamos viajes a la montaña y allí nos sentíamos animadas a vivir a plenitud y para forjar proyectos.
En 1911, Edith ingreso en la universidad dispuesta a ser maestra, Sentía pasión por la enseñanza y un vivo interés por la política y por la cuestión de la mujer.
En la Universidad se matriculó en germanística e historia, y por propio interés asistía a clases de psicología y de filosofía.
El enfoque mecanicista de la psicología que se enseñaba en Breslau – como era común entonces- le decepcionó profundamente.
En esa situación cayó en sus manos un ejemplar de las investigaciones lógicas. De Edmund Husserl, catedrático en Gotinga. La fenomenología, con su lema “Volvamos a las cosas mismas”, cautivó a Edith.
La filosofía Husserliana le abría un camino para la búsqueda de la verdad, superando los estrechos limites del idealismo. Edith en 1913 decidió irse a Gotinga al inicio del semestre de verano, para estudiar con Husserl.
Enseguida se ganó el aprecio del maestro, que descubrió en ella una honda sintonía intelectual, lo que la favoreció para ser un miembro más de la escuela fenomenológica de Gotinga, que reunía alrededor de Husserl a filósofos como Max Séller, Adolf Reinach, Hans- Theodor Conrad y la que más tarde sería su mujer, Hedwig Martius, o el polaco Roman Ingarden.
Dos de ellos dejaron especial huella en su vida. Max Scheler, judío convertido al catolicismo. De quien ella misma dice: “Las barreras de los prejuicios racionalistas en los que me había educado sin saberlo, cayeron al oír sus conferencias sobre religión y el mundo de la fe estaba de pronto, ante mí”.
Y Adolf Reinach, católico e intimo colaborador de Husserl, persona cordial que suavizaba las relaciones de los discípulos con el maestro, hombre distante y difícil de tratar.
De su encuentro con Reinach diría Edith más tarde: ”Tenía la impresión de no haber conocido jamás a un hombre con una bondad de corazón tan pura”.
Reinach invito a mi hermana Edith a tomar parte en las reuniones de la sociedad filosófica. Empezando así para ella una vida de duro trabajo, interrumpida sólo por excursiones con sus amigos. De las cuales participe al terminar mi examen de estado de medicina junto a mi marido, ¡por aquel entonces solo amigo!.
Fuimos a visitar a Edith y a Rose Guttman. Y pasamos junto a ellas unos días inolvidables, de hermosas excursiones y alegres momentos, en los que ella trató de enseñarnos lo mejor de su querida Göttingen. Y de sus entornos encantadores.
Al final dimos un paseo muy bonito por el Harz. Esto sucedía en la primavera de 1914. Veía la vida de Edith muy sacrificada, y sé que a veces llegó al desanimo, pero tenía que aprobar los exámenes y quería escribir cuanto antes la tesis doctoral.
Poco después de mi vuelta a Breslau, inicié mi trabajo de asistente, que sería interrumpido por el estallido de la I Guerra Mundial.
Pero únicamente cambio mi actividad por el hecho de que me fui a otra clínica, mientras que Edith se sintió en la obligación de interrumpir sus estudios y se fue como ayudante voluntaria de la Cruz Roja a un hospital militar de campaña en Märish-Weisskirchen, Austria.
También allí, como en todas partes trabajo con toda el alma, siendo estimada tanto por los heridos como por las compañeras y superiores.
Atendió soldados con tifus, con heridas, y otras dolencias. El contacto con la muerte le impresionó Tras ver morir a uno de los primeros dijo:
” Cuando ordené las pocas cosas que tenía el muerto reparé en una noticia que había en su agenda. Era una oración para pedir que se le conservase la vida. Esta oración se la había dado su esposa. Esto me partió el alma. Comprendí, justo en ese momento, lo que humanamente significaba aquella muerte. Pero yo no podía quedarme allí”.
Tras los trámites pertinentes, se volvió a refugiar en la incesante actividad. Edith recibió la medalla al valor por su trabajo en el hospital.
Fui a visitarla durante mi primer permiso de guerra y pasé con ella dos semanas.
En 1915, volvió a Breslau y reemprendió la redacción de la tesis doctoral. Al año siguiente, Husserl se trasladó a Friburgo y ella le acompañó, como ayudante sustituyendo a Reinach, que había sido movilizado.
Dos años más tarde, dos de nuestras antiguas amigas Rose Guttman, Lilli Platau y yo, que me había ido de asistente a Berlin decidimos pasar nuestras vacaciones del verano en la Selva Negra con ella.
De este tiempo conservo un recuerdo luminoso, a pesar de que todas padecíamos la presión de la guerra y de que la dieta algo escasa habría podido menoscabar nuestro humor: Paseábamos, leíamos juntas y estábamos siempre extraordinariamente contentas.
Al año siguiente yo regresaría a Breslau, y esta vez tuve que emprender sola mi viaje de vacaciones. No pude planear nada mejor que volver a visitar a Edith. Volvimos a hacer excursiones, a leer juntas y a plantear nuestro futuro, mientras paseábamos juntas.
Ese mismo año, Edith leyó por fin su tesis titulada: “El problema de la intuición en su evolución histórica y desde el punto de vista fenomenológico”. Que fue calificada con la máxima nota.
Además, desarrollo un trabajo titánico como ayudante de Husserl. Revisando y ordenando casi diez mil hojas manuscritas de Husserl, que permitió al maestro publicar el segundo volumen de sus Ideas relativas a una fenomenología pura.
A finales de 1917 llegó la noticia de que Reinach había caído en el frente. Edith fue designada para hacerse cargo del legado filosófico del colega muerto. Tenía que pedir los papeles de Reinach a su mujer, y temía encontrarse con una viuda deshecha en lágrimas.
Edith no era creyente: ¿Cómo la iba a consolar?, Pero en la esposa de Reinach vio, además de dolor, una fe robusta que daba serenidad y fortaleza.
Años después, Edith escribiría: “Aquel fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ésta infunde a quienes la llevan”. Entonces empezó a leer el Nuevo Testamento.
Seguir con Husserl, ya no tenía futuro y decidió dejarlo e intentar aspirar a una cátedra universitaria. No lo pudo conseguir por ser mujer, Edith reclamó ante el Ministerio de Educación, que respondió con un decreto, en 1920, que instaba a abrir a las mujeres el acceso a las cátedras universitarias.
Pero la orden no surtió ningún efecto práctico y Edith renuncio a nuevos intentos por el momento.
Siguió con Husserl, pero el maestro, más que tenerla como una colaboradora, la utilizaba de sirvienta académica y no le ayudaba a abrirse camino. Finalmente Edith se separó de él; comenzó a impartir cursos de filosofía en su propia casa y más tarde, dio clases de ética en la escuela superior de Breslau.
Cuando en 1920 me casé con mi compañero de estudios Hans Biberstein, Edith estuvo presente en la boda y compuso hermosas poesías para todas las sobrinas y sobrinos. En ellas revivían las experiencias más placenteras de nuestros años estudiantiles y de nuestra infancia.
Era entonces profesora en el colegio religioso de Séller pero pasaba todas las vacaciones en Breslau. En Septiembre de 1921 nació nuestra primera hija, Suzane. Edith que precisamente se encontraba en casa, me atendió en forma enternecedora.
En ese verano, Edith pasaba unos días en la casa de campo del matrimonio Conrad-Martius, sus amigos de la escuela de Gotinga. Una tarde se quedó allí sola y, para combatir el aburrimiento, fue en busca de algo interesante entre los libros de la estantería.
Encontró “La vida de Teresa de Jesús; estuvo leyendo el resto del día y la noche entera, hasta terminar la obra. “Cuando cerré el libro – escribiría anos después-, me dije: ¡Esta es la verdad!.
A la mañana siguiente se compró un catecismo y un misal, y se puso a estudiarlos detenidamente. Unos días más tarde fue a la Iglesia y asistió a Misa. Al acabar, Edith se acerco a la sacristía y pidió al sacerdote que la bautizara.
El cura, asombrado, replicó que hacía falta una larga preparación, Edith insistió, así que el sacerdote no tuvo más remedio que examinarla en la fe. Quedó tan impresionado por su firmeza y sus conocimientos que fijaron la fecha del bautizo: 1 de Enero de 1922, fiesta de la circuncisión del judío Jesús.
Su madrina sería su amiga protestante Hewdwig Conrad-Martius. Y lo haría adoptando el nombre de Teresa Edwig.
Cuando me confió la decisión de convertirse al catolicismo me rogó que fuese preparando a nuestra madre. Yo sabía que ésta era una de las más difíciles tareas a las que había tenido que enfrentar.
A pesar de la comprensión de mi madre y de la libertad que en todo había dejado a sus hijos, esta decisión significaba un duro golpe para quien era una auténtica creyente judía y consideraba como apostasía el que Edith aceptase otra religión.
Edith era el orgullo de mama. Por eso mismo se derrumbó y se echo a llorar cuando su hija se reclino en su regazo y le dijo: ”Madre soy católica”. Edith la consoló como pudo, e incluso le acompañaba a la sinagoga.
Mama no se repuso del golpe. Lo consideraba como una traición. Aunque no tuvo más remedio que admitir, Su seguridad en el paso que había dado y a menudo repetía: “Todavía no he visto rezar a nadie como a Edith”.
Fueron muchos, empezando por el mismo Husserl, los que se preguntaron con asombro qué pudo hallar la intelectual Edith Steinen en la vida de la santa de Ávila, que le movió a dar el paso definitivo hacia el ámbito de aquella fe en cuyos aledaños se había movido largo tiempo.
La explicación bien podemos encontrarla en unas frases escritas por ella misma aquel mismo año de 1922: “ EL descanso en Dios es algo para mí completamente nuevo e irreducible. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de intima seguridad”.
Recordando la muerte por suicidio de su tío, siendo ella muy joven. Era muy distinta de la imagen que ahora tenía de ese fenómeno natural.
“Tuve la impresión totalmente distinta cuando al cabo de muchos años participé en un culto funerario católico, por primera vez.
Se trataba de un famoso sabio, Pero nada se dijo en la oración fúnebre de sus méritos, ni del apellido que había llevado en el mundo. Solamente se encomendaba a la Misericordia de Dios su pobre alma mediante el nombre de pila.
Ciertamente ¡Qué consoladoras y serenantes eran las palabras de la liturgia que acompañaban a los muertos a la eternidad
A todos cuando la conocimos, todavía nos resulto más costoso aceptar otra decisión simultanea a su bautizo, la de hacerse carmelita descalza. Realmente es esta una decisión meditada durante muchos años, que se haría realidad en 1934.
Durante este tiempo, sus consejeros espirituales, la intentaban convencer de que sería más útil a la Iglesia si seguía su labor de intelectual, que si entraba en el convento.
Pero Edith estaba desilusionada de lo que había sido su experiencia docente en Friburgo, y en este intento de retenerla, fuera del claustro el obispo de Espira, encontró una solución pidiéndole aceptara un puesto de profesora de alemán en un colegio de chicas y escuela de magisterio que regentaban las dominicas de la ciudad.
También a nosotros nos resulto difícil, pero teníamos tanta confianza en el convencimiento interior de Edith, que aceptamos su paso muy a pesar nuestro, después de haber intentado vanamente disuadirla por causa de nuestra madre.
Incluso después de su conversión continuó viniendo regularmente a casa. Me atendió nuevamente en el nacimiento de nuestro hijo Ernest Ludwing, y amaba cariñosamente a nuestros hijos, como al resto de todos los sobrinos y sobrinas; de igual manera fue amada y adorada por ellos.
Recuerdo muy especialmente con cuanta frecuencia, mientras ella trabajaba en su cuarto, tenía a los niños con ella, cómo los entretenía con cualquier libro y lo muy felices y contentos que ellos se sentían a su lado.
Acepto la propuesta del Obispo de Espira y en 1922 comenzó su nuevo trabajo, que realizó durante diez años. En 1930-31 volvió a intentar la habilitación para la docencia universitaria en Friburgo y en Breslau.
No la logró, y se decidió por una plaza en el instituto alemán de pedagogía científica, que las asociaciones de maestros y de maestras católicas tenían en Münster.
Allí impartió clases sobre la formación de la mujer durante el curso 1932-1933, hasta que el régimen nazi prohibió a los judíos ejercer la docencia.
Durante los años de Espira y en Münster, Edith desarrollo una intensa actividad en defensa de la igualdad de la mujer, como conferenciante y en la liga de maestras católicas.
A la vez, siguió publicando estudios filosóficos en la revista de la escuela de fenomenología, e hizo la traducción y comentario de “Las quaestiones disputatae de veritate” de Santo Tomas.
Este trabajo le descubrió un modo de conciliar sus inquietudes intelectuales y su deseo de llevar una vida de religiosa contemplativa.
En 1933, cuando le fue vedada la docencia, vio llegado el momento de cumplir su deseo aplazado tantas veces. Se presento en el Carmelo de Colonia, donde fue admitida en Octubre de ese mismo año, con 42 años recién cumplidos.
Seis meses después tomó el hábito y el nombre religioso de Teresa Benedicta de la Cruz.
En el convento seguíamos en contacto a través de las cartas. Mantuvo también frecuente correspondencia con numerosas personas entre los que estaban sus amigos de los años universitarios.
También dedicó tiempo a trabajos filosóficos y teológicos. Entre ellos se encuentra su obra principal: ”Ser infinito y eterno”, y “La ciencia de la cruz” que es un estudio sobre San Juan de la Cruz que no le dejaron terminar.
Mama seguía sin poder admitir la conversión y entrada en el convento de mi hermana Edith, desesperada, no pudo superar el sufrimiento que esto le producía, y murió en 1936, sin comprender a su hija muy amada.
Al estallar la II Guerra Mundial, la superiora comprendió que Edith corría grave peligro en Alemania. Y decidió enviarla al convento de Echt; donde también la acompaño mi otra hermana mayor Rose, que por mediación de Edith, se refugio en el mismo convento huyendo de la pertinaz persecución de Hitler.
Mientras yo y mis hijos seguimos a mi marido a América.
Echt era una ciudad holandesa situada a 150 Kilómetros de Colonia. Edith, y Rose que había entrado como postulante, comenzaron a estudiar la lengua del nuevo país, para Edith era su sexta lengua.
En 1940, los nazis ocuparon Holanda, donde también pusieron en práctica su programa antisemita. Al principio respetaron a los judíos bautizados.
Pero en Julio de 1942, los obispos católicos holandeses publicaron una enérgica declaración, en la que condenaban la persecución de los judíos, y los nazis se vengaron ordenando la deportación de los hebreos conversos.
El 2 de Agosto, a las cinco de la tarde, después de que Edith había pasado su día rezando, y trabajando en su interminable manuscrito de su libro sobre S. Juan de la Cruz. Dos oficiales de la SS se presentaron en el convento de Echt, para llevarse a mis dos hermanas.
Según me contaron, Asustada por la multitud y por no poder hacer nada ante la situación, Rose se empezó a desorientar. Un testigo relató que Edith tomó de la mano a Rose y le dijo tranquilamente:
“Ven Rose, vamos a ir por nuestra gente”. Juntas caminaron hacia la esquina y entraron en el camión de la policía que las esperaba.
Hay muchos testigos que cuentan del comportamiento de Edith durante esos días de prisión en Amersfoort y Westerbork, el campamento central de detención en el norte de Holanda.
Cuentan de su silencio, su calma, su compostura, su autocontrol, su consuelo para otras mujeres, su cuidado para con los pequeños, lavándolos y cepillando sus cabellos y cuidando de que estén alimentados.
En medio de la noche, antes del amanecer del 7 de Agosto de 1942, los prisioneros de Westerbork, incluyendo a Edith Stein, fueron llevados a los trenes y deportados a Auschwitz.
En 1950, la Gazette Holandesa publico la lista oficial con los nombres de los judíos que fueron deportados de Holanda el día 7 de agosto de 1942. No hubo sobrevivientes.
He aquí lo que decía lacónicamente la lista de los deportados: “Numero 44070... Edith Theresa Hedwig Stein,
nacida en Breslau el doce de Octubre de 1891,
muerta el 9 de Agosto de 1942”.

Bibliografía existente sobre Edith Stein: “Estrellas amarillas”, autobiografía, Ed.de Esp. Madrid 1992 . “Cómo llegué al Carmelo”, 1998; “Autorretrato epistolar”.1988 “Obras selectas”, 1997, “Las páginas más bellas de Edith Stein” 1998. Escritos espirituales. 1998, Edith Stein: Judía filósofa y carmelita”, de 1992 “Edith Stein, nuestra hermana”

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