viernes, 5 de septiembre de 2008

1.1. un baúl lleno de recuerdos

“UN BAÚL LLENO DE RECUERDOS. 1 de Enero del 2002.
Hace muchos años, quizás desde adolescente, puse en los propósitos para el año próximo: -escribiré un libro. Pero nunca he tenido tiempo, de cumplir este deseo, que yo creo que es también el de muchas personas. Como una cosa lejana, que nunca acaba de llegar.
Entre unos papeles, he encontrado unos trozos de uno de estos intentos me imagino que hace más de diez años que los escribí. Aunque aun hoy tienen vigencia en mi corazón. Fueron vivencias, estados de animo y personas que estuvieron en mi vida, pero que ya hace bastante tiempo que no se nada de ellas. Sirvan estos recuerdos, como antesala de otras vivencias, las de muchas mujeres, que en nuestro tiempo se enfrentan a su vida, sacando el máximo provecho de ella. Y que a fin de cuentas son las verdaderas protagonistas, de este libro.

1.1 “UN REGALO DE NAVIDAD”
Esta mañana hace frío, como todas las madrugadas por estas fechas. Ya falta muy poco para la navidad. Me he levantado con desesperanza, con miedo a enfrentarme un día más a esta realidad de mi presente: “Soy una mujer, solo una mujer”.
Por mi aspecto, aun no me ceden el asiento en el autobús y son muy pocos los qué comienzan a llamarme señora. Sobre todo si me acompaña alguno de mis pequeños. Os podría decir mi edad, pero no eso no completaría lo que hay dentro de mí.
Tengo la sensación de que no es cosa de los años que se cumplen, si no de las vivencias de los que están llenos esos años cumplidos. De la intensidad, complejidad e inquietudes que se suscitan en la mente de una mujer, que tiene que adaptarse a vivir pendiente de un hogar y unas responsabilidades; como esposa y madre, para las que no siempre ha recibido demasiada preparación técnica. Sin sopesar además que tendría que abandonar parte de mí vida para compartirla o entregarla a la causa de mí matrimonio y lo que conlleva.
Es un cóctel interior, en el que se agolpan, pensamientos, sentimientos y responsabilidades, que llegan a bloquear mi personalidad en estos momentos insegura y me hacen circular por un mundo, al que parece que no acabaré de adaptarme.
Mientras. . . . Oigo repetir a mi madre, al ver como reprimo mi espíritu inquieto, que desearía estar en mil batallas y se ata voluntariamente a esta sumisión de mi compromiso como esposa, y madre. Deseosa en el fondo de cumplir también con mis obligaciones:
- ¡No debiste casarte!.
Yo no pienso igual, en el fondo estoy feliz, aunque mi vida sea un poco ajetreada.

¡Se me hace tarde!. Empieza el maratón de cada día: desayuno para los niños, arreglarlos para el colegio, recoger la casa y apenas si son las nueve. Salir a la calle, es una de las cosas que menos me gusta. Me toca realmente los nervios el tema de la administración del sueldo. ”Necesito comprar mucho y gastar poco”. Tengo que buscar regalos para Reyes; Mis hijos ya han escrito sus cartas. Siguiendo el guión de los anuncios de Televisión, pero no creo que les cumplan sus deseos. . .
Espero encontrar argumentos que desacrediten los anunciados que no estén a mi alcance.
Tendré que esmerarme en encontrar algo adecuado para cada uno de ellos y de paso quisiera encontrar algo que sorprenda a mi marido.
Es para mi todo un reto esta labor, en la que empleo varias horas, en las que recorro con la mirada estanterías, escaparates y grandes almacenes, costándome decidir que comprar y acordandóme de mis amigas que usan este pasatiempo como terapia para sus bajadas de animo.

En esta empresa andaba aquella mañana, cuando entre en aquella librería. Solo estaba la dependienta, una chica joven y amable, que atendía a un señor, cuya indumentaria me sorprendió un poco.
Al entrar, solo veía un gran abrigo gris, terminado en una también generosa boina negra y separando ambas piezas de vestir; asomaba el pelo canoso y más bien largo, de un señor que al oírlo despertó mi curiosidad.

En el interior la dependienta se esforzaba en encontrar un titulo que le apeteciera leer a aquel personaje, que después de pedirle un lápiz y un cuaderno, le había pedido una novela sin especificar autor, ni preferencia.
Desde lejos, revisando los libros de una estantería interior, pregunto a su cliente: ¿De amor no, verdad?.
-Y el hombre contesto: -¿por que no?. Me gusta leer de todo. Quizás fue eso lo que despertó mi interés y me hizo empezar a prejuzgarle. ¿Por qué no?. Acaso el interés por ciertos temas: ¿Tiene edad?. Siempre me había sorprendido ver en el espejo (aunque no era mi mejor amigo), que mi cuerpo cambiaba a un ritmo distinto de mi alma. Notaba cambios físicos que me hacían parecer mayor, pero mi mente “mis adentros”. No sufrían esa metamorfosis. Parecían fueran a permanecer eternamente joven: mis ilusiones, mis ganas de hacer cosas y mi forma de sentir, de amar.
Quizás sea por eso que a veces me siento como fuera de honda y me parece ser distinta al resto de los adultos que viven en mi entorno. Ellos saben reprimir sus sentimientos y adaptar sus ideales al costumbrismo social, y yo me revelo contra todo.

De todas formas “el sentir”, es algo que nadie ha podido plasmar, copiándose de un modelo. Ni lo fabrican en serie; Es peculiar en cada ser. Esta reflexión me hizo recordar una frase que había en mi agenda firmado por un tal Henry Havelock Ellis. Y que decía:
“Todo hombre genial, es en cierta medida: hombre, mujer y niño, al mismo tiempo”

El Señor, continuo comentando a la dependienta , que a su parecer había muy pocas escritoras femeninas. Era como si conociendo muy bien la sensibilidad de la mujer y su capacidad de transmitir sentimientos; Se revelará contra lo que él calificaba de “silencio editorial”.

-¿Tu no escribes nada?.
Requirió a la dependienta. . . Ella sonrió y movió la cabeza negando. El anciano haciendo caso omiso a su negativa continuo con aire de convicción:

-”Si quieres tu escribes y yo te leo y a la inversa. Podríamos intercambiar nuestros escritos”.
Yo, no entendía muy bien a donde quería llegar, pero como no dejaba de ser curiosa la conversación, seguía mirando las estanterías, aunque con el oído expectante a ver en que acababa aquella proposición.

La dependienta, dejo de buscar en la trastienda, al comenzar a entrar nuevos clientes a los que, inmediatamente atendió. Mientras el señor seguía mirándola y esperando una respuesta, o un libro, pero no debía ser la primera vez que el cliente venía a la tienda, quizás pasaba allí muchos ratos, con el solo deseo de charlar con alguien.
Al volverme, me di cuenta que había empezado a mirarme a mí, igual de fijo que antes lo hiciera a la chica; Tal vez no estuviera bien de la cabeza, fué mi primer juicio al fijarme un poco más en él.
Su piel era muy blanca. Supuse que no saldría apenas de su casa. Sus ropas estaban limpias y bien planchadas, pero tal vez la blanca barba de varios días sin afeitar y aquella boina tan calada en su frente, le daba ese aspecto tan poco corriente; Sin embargo, no sentí miedo, ni desconfianza. Había algo en él que me atraía. . . Creo que la experiencia, que le suponía, a sus muchos años. . . Las vivencias que le habrían conformado aquella forma de ser. No me preocupaba saber quien era. No le había visto antes y probablemente, no le volvería a ver.
Pero aquella hora, logro absorber completamente mi atención.
Me olvide de mi rutina, mientras sin saber como, pase de observadora a estar oyendóle ensimismada en sus historias de viajes a través del tiempo, de famosos y frases celebres, que en su voz sonaban vivas e interesantes.

La gente seguía entrando y saliendo, y la dependienta ahora nos miraba con curiosidad, sin atinar a comprender donde estaba el interés que seguro mis ojos estaban denunciando.
Absorta, como hipnotizada, me centraba más y más en su dialéctica. A veces se me escapaban algunos detalles que me hacían perder el hilo, pero no le interrumpía.
En una de esas veces que sorprendí a la chica mirándonos, caí en la cuenta de su insinuación. A ella le parecía que mí interlocutor, estaba loco. Pero a mí me parecía todo tan inesperado e interesante, que me hacía sentir rebeldía, ante la sociedad llena de prisas, de normas, de costumbres o miedos absurdos. Y afianzaba mi postura de seguir oyéndole sin contar con el resto del mundo. Sin atreverme a preguntarle, algo dentro de mí repetía: -“Esta solo”. Y sin pensarlo mucho, le pregunte a que se dedicaba ahora.
El no contesto, me miro fijamente como sorprendido, de que por fin hablara con él. Se arreglo un poco el pelo sin apenas levantar la boina unos centímetros y con la misma serenidad me devolvió la pregunta:
-¿Y tu, que haces aquí hablando con un viejo que no conoces? Eres una ingenua.
Me sorprendió; Pensé que le había molestado, pero al igual que había hecho, antes él; tomándome tiempo le respondí:
-Cierto, puede que sea una ingenua, pero no me arrepiento. De no dejarme llevar por mi inocencia. No podría haberle conocido. Y a sido como un regalo, se lo aseguro.

Los dos sonreímos y salimos a la calle sin recordar a que habíamos entrado en aquella tienda. Paseamos un rato por las calles que ya se estaban llenando de adornos navideños. Mientras seguimos charlando, sin preocuparnos de ninguna otra cosa.

-¿Tu no eres de aquí, verdad?
-No, y no creo que pueda adoptarlo como mi pueblo, pues me han dicho que aquí; hasta la segunda generación y aun más, siguen considerándote forastero. De echo me ha sorprendido que aun no me haya preguntado: ¿Y tu de quien eres?. Habiendo vivido en tantos sitios, no sé bien, que pueblo o que paisaje considero más mío.

Su rostro se ensombreció. Mis palabras, esta vez le hacían sentir un poco de tristeza. A mi vez, me pareció descubrir mi vida entera en aquel momento. Hasta hoy, no me había atrevido a examinar mi historia. Nuestra vida, iba y venía de una ciudad a otra, buscando trabajo, intentando sobrevivir en un mercado de intereses que siempre favorecían al mismo tipo de gente. Cierto que también tenía la sensación de estar huyendo de mi misma, sin sentirme por tanto libre nunca. Allá donde nos asentábamos, nuestra historia nos marcaba los limites y no éramos capaces de abrir fronteras. Si no que al contrario nuestra vida, nos envolvía en una existencia, cerrada, chata. La presencia de este Señor, parecía sondearme y zarandear en mis recuerdos. Para distraerle procuré fomentar mi interés por saber más de él, y olvidarme de mí. No era el mejor día para hacer examen. Así que volví a preguntarle:

-Dígame: ¿Dónde aprendió tantas cosas?¿Ha debido estudiar mucho?
- ¡No, que va!. Eso me hubiese gustado, estudiar más. De pequeño mi padre me colocó de botones en el Ministerio de Hacienda, poco a poco seguí preparándome algo de contabilidad y he pasado cuarenta años en contribuciones, como funcionario.
-¿En hacienda?. No lo hubiese acertado nunca. Yo había imaginado a los funcionarios públicos, como seres con medio cerebro y medio corazón. Que siempre me imaginaba era lo que utilizarían con sus familias; porque en la oficina, me parecía verles carentes de ambos.
Creo que esta infantil y deformada idea por la que pido perdón pues seguro es muy injusta con ellos. Era el fruto de larguísimas horas de espera detrás de ventanillas, que nunca eran las encargadas de solucionar nuestros problemas. El contribuyente, siempre está equivocado y deberíamos haber pasado antes por la ventanilla de enfrente. Que a su vez estos nos remitan a una tercera o cuarta ventanilla. Pero aquel señor, tan inteligente y amable me hizo ver que estaba equivocada, al haber juzgado a la ligera. Cosa esta además que yo hacía muy a menudo.
Sin darme cuenta solía etiquetar a todos los de la especie, según el numero de ventanillas, que me hacían recorrer antes de decirme: Que me faltaba una póliza y que tendría que volver al día siguiente. Por que la primera ventanilla que visite, era la que tenía que dármela y ya había cerrado.
Era entonces, cuando solía acordarme que todos hemos nacido de alguien. Aunque afortunadamente con rectitud de intención. El siguiente pensamiento a este era: “Tranquila, los padres, no tienen la culpa de lo que hacen los hijos cuando salen de casa”.

-Perdone. Antes he creído oír que preguntaba a la chica de la librería que si escribía. ¿Acaso escribe usted?.
-Sí, suelo escribir pero no tengo quien me lea. Apenas si tengo quien me escuche. Dijo subiendo la cabeza, intentando disimular la soledad que se retrataba en su expresión. Y continuo: -Me gusta mucho escribir, pero me gustaría más si hubiese alguien que quisiera escribir lo que yo sé. Pues con las gafas. . . Debe ser que tengo que renovarlas, por que me canso mucho y veo poco.

De aquellos ojos claros, serenos y solos, estaba a punto de escaparse una lagrima. Comprendí que lo que deseaba era tener a alguien cerca. Alguien con quien compartir su manera de ver las cosas. Alguien a quien relatar las anécdotas que habían ilustrado su vida y desee en lo más hondo de mi ser, poder ser ese alguien para él.
Sin darle tiempo a reaccionar le dije: -A mí me gustaría escribir para usted.

Él volvió a sonreír con ternura, me miro a los ojos y dijo: -Gracias hija, pero estoy seguro que disfrutaría mucho más, si me dejaras leer lo que escribes tu. Pues por tu forma de escuchar estoy seguro que a ti también te gusta escribir. Veo en ti, me dijo: Una luz que me dice que te gustaría compartir y dar a conocer.
Ese es el motivo que hace escribir al hombre. Poetas y escritores de todos los tiempos han hecho bellas obras al creer que estaban llenos de algo, que no querían para ellos solos. Si no que convencidos de su interés, lo abrieron al mundo, sacándolo de sus mentes.
Sin embargo y a pesar de los muchos escritores. Seguía. . Hay poca gente que lea. Compran y compran libros para adornar sus estanterías, y los almacenan como puro objeto de decoración, olvidando con facilidad, la riqueza, que encierra cualquier cosa que sale de otro ser.
Deberíamos tener tertulias, como la tienen los poetas y escritores, donde intercambian sus versos. Yo creo que así. Afirmaba con rotundidad: dejaríamos de ser de los pueblos que más libros tienen y menos lee.
Sentí, como la temperatura de mis manos subía en aquella fría mañana, llegando el fuego interior a colorear mis mejillas. Solo pensar en que alguien pudiera leer lo que escribía, ¡Me moriría de la vergüenza!. Sería como dejar que alguien entrara en mi mente o en mi alma. Era cierto que escribía, lo hice siempre, mis viejos cuadernos eran mis espejos y mejores amigos. En ellos era donde realmente me reflejaba. Escribiendo me mostraba tal cual era, sin reservas: mis fracasos, mis ilusiones, mis propósitos, mis sentimientos, o simplemente mis realidades expuestas en un papel eran mucho más efectivos que las visitas a los psiquiatras o al confesor. No era decir pienso así. . . Era decir: ”Esta soy”.
Este rubor y primeros sentimientos al pensar de verdad en escribir para alguien. Eran lógicos, pues a lo único que yo me atrevía; era a escribir para mi misma. Y confieso que me daba sentido de inmadurez hacerlo, por eso lo mantenía oculto. Es cierto que en mis propósitos de cada año nuevo, estaba escribir un libro, aunque no encontraba el tema. No podía desprenderme de mi historia, y esta no me parecía tan interesante como para contarla. Ósea no era eso lo que deseaba.
Realmente, no encontraba un tema que dominase y del cual quisiera escribir. Solo sentía un “cosquilleo mental”, como yo le llamo, a esas ideas fugaces pero impertinentes, que te cuestionan, sobre tu vida. Llevándote la mayoría de las veces a la insatisfacción por no ser capaz de plasmar o hacer realidad lo que bulle con tanta claridad en nuestro cerebro.

El encuentro de esta mañana, venía como regalo de Navidad para mi misma, por que ese vació del que hablaba, había empezado a llenarse, No era solo un deseo no hecho realidad sino que empezaba a estar segura de que sí, podría hacerlo y esa sensación de seguridad me excitaba más y más.
El tiempo había pasado volando y tenía que volver a casa. Sentí deseos de quedar con “mi anciano amigo”, para otro día. Pero no me atreví. Él pareciendo leer mis pensamientos me tranquilizó: -“No te preocupes, nos volveremos a ver. Escribe mientras tanto, por favor.

Con una sonrisa nos despedimos y me fui corriendo a casa. . . Allí me esperaban la limpieza y la cocina. ¿Por qué me gustaría tan poco cocinar?. Con lo bueno que me estaba comer. .
Aquel día siguió siendo distinto. No me podía olvidar aquel encuentro. Y un barullo de ideas se entremezclaban en mi cabeza. Haciéndome creer que iba a estallar, salir de mi misma y desparramarme por el universo que había soñado. ¡Había tantas cosas que yo quería decir!.
Caí en la cuenta de que me había estado mirando en un espejo. Yo estaba tan sola en mi mundo, como aquel extraño señor. Tal vez no era tan importante lo que me gustaría contar al mundo; Lo que de verdad anhelaba era tener tiempo de poder hablar con alguien de algo más que de pescadillas caras, suéter y telenovelas.

Me apetecía hablar de sentimientos, de pensamientos, de deseos e inquietudes que todos los hombres y mujeres tenemos dentro, conformando “nuestras verdades”. Que no dejamos salir quizás por respeto o al observar que las verdades de los demás están muy lejos de nuestro punto de vista. Al final, lo más cómodo el silencio. .

No hay comentarios: