viernes, 5 de septiembre de 2008

3.3 Parece que fué ayer.

3.3 PARECE QUE FUE AYER.
25 de Julio del 2002
Parece que fue ayer, cuando me casé . . . es más; aun puedo recordar, el color de la tarde, mientras paseaba cogida de la mano de quien que hoy es mi marido.
Recuerdo las sensaciones de la inocencia y el pudor con que nos fuimos conociendo. Era una relación que me hacia sentir madura, capaz de afrontar todo lo que viniera, sin acertar a imaginar todos los cambios que mi vida sufriría, al empezar a compartirla con otro ser.
Sin plantearme, ni organizar mis próximos años, me deje llevar del amor que sentía, por mi chico. Distinto de todos, delicado conmigo, pero varonil en su mundo, alegre y sincero.
Tuve suerte de encontrar un hombre: sano, generoso, medio niño y a la vez todo un hombre, con el que me sentía segura, cómoda y era una sensación muy agradable.
Nuestra experiencia es distinta seguro de la de los jóvenes de ahora. El tiempo no pasa en balde. Y a veces en su correr se lleva costumbres muy bonitas que mis hijos a no ser que cambien muchos las cosas no podrán vivirla: salir tempranito y volver antes de las doce como en los cuentos ¡Qué lejos está!.
Sin embargo nosotros los que ahora tenemos más de 35 años siempre recordaremos esos tiempos con ternura pues eran nuestros años de juventud.
Íbamos conociendo las cosas poco a poco, a medida que crecíamos. A veces me da un poco de miedo pensar como la mente de mis hijos pequeños pueden asimilar tanta información visual a trabes de la pantalla.
Desde muy pequeños, se les descubren los misterios de la vida, la violencia, los problemas. Es normal que sean más maduros los niños de hoy en cuanto a los conocimientos. Pero también es verdad que no creo que sean más felices, que lo fuimos nosotros, con bastantes menos cosas a nuestro alcance.
De todas formas, nuestro tiempo solo esta ya en nuestro recuerdo. Ahora nuestros hijos viven esa etapa tan rica de sensaciones, de colores y de música. . . ¿Hay algún joven que no le guste la música?. Y son ellos los protagonistas del tiempo presente. De ahí la importancia y la atención que merece desde todos los estamentos: familiar, educativo y social.
Ellos son el futuro. Nosotros ante ellos; aunque aun no nos sintamos viejos, nos vemos desplazados y permanecemos con admiración ante los hijos, que nos crecen, sin poder remediarlo.
Les vemos como a los pajarillos, aprender a volar en medio de su mundo, que a nosotros... a muchos de nosotros, nos empieza a parecer más grande aun.
Quisiéramos poder controlar sus vidas, como cuando eran pequeños: prevenirles de las caídas, aconsejarles, dirigirles hacia un mundo de bien. Quitar los obstáculos de su trayectoria.... seguir protegiéndolos, como hace unos años. Cuando les acurrucábamos en nuestro pecho y cerrábamos la puerta teniendo todo dentro y durmiendo tranquilas, al verlos en sus camitas o jugueteando por la casa.
A diferencia de este tiempo, en el que los fines de semana, me convierto también yo en ave nocturna y espero con el pecho oprimido hasta la madrugada para que entre el último y así poder dar gracias a Dios.
Ahora comprendo los desvelos de mi madre, los consejos que me daba y a los que yo respondía: ”Mama que antigua eres”. Esas mismas palabras las oigo ahora en labios de mi hija, y me hacen mirar al espejo para ver si soy yo o es mi madre quien recoge esa respuesta.
De todas formas, ha sido muy bonito verla crecer, ver como cada día su cuerpo se moldeaba y tomaba apariencia de mujer. Ver como en su comportamiento de alguna manera, también se refleja ya su futura responsabilidad, en tomar las riendas de su propia historia, sin tener que pedirnos opinión....Ni depender de nosotros.
Ya es responsable de sus actos. Yo a veces suelo entrar a hurtadillas en su alma y observar como va sucediendo toda esta metamorfosis, en la que ¡mi niña, mi princesita, se esta haciendo toda una mujer..!
Hace ya algún tiempo, que le veo un brillo en los ojos distinto, aun no se ha atrevido a contármelo, pero juraría, “que se me ha enamorado”, aún no sé quién es el elegido, ni si le corresponderá.
¡Cómo me gustaría decirle, que la comprendo!. Que es algo muy hermoso el primer amor, y que hay que vivirlo con serenidad. Pues esta experiencia llega arrolladora, inundando su mundo de un éxtasis, que no siempre es real. Que no tenga prisa y que no consienta que la usen. Que sepa hacerse respetar, como ella debe respetar a su amigo. Que no permita, ni provoque tener que arrepentirse de sus actos. Que sea capaz de ser coherente con lo que le hemos enseñado.
A pesar de comprender que el ambiente no esta por la labor y tenemos que ver con indignación, anuncios que les incita o autoriza a hacer, ni siquiera lo que ellas desean. Tirando por tierra la educación en los valores más elementales. . . . Y que sea fiel a sí misma. Que no reste valor a su dignidad, que es la única forma de ganarse el respeto que merece. Por ser mujer y por ser hija de Dios. ¡Mi niña, mi princesita!......¡Que guapa está!

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