viernes, 5 de septiembre de 2008

2.4. Una niña llamada Julia.

15 de febrero del 2002.
Retomando el tema del feliz nacimiento de mi hija Ana, tenemos que decir que probablemente fue, una excepción. Muchas veces, la ciencia acierta en sus pronósticos alarmistas y otras veces, las dificultades aparecen sin avisar.
Hace unos días, alguien me hizo una corrección de la que aprendí una gran lección: ”antes de juzgar, pedirle prestadas sus zapatillas de diario”.
Estábamos en una entretenida tertulia de madres del colegio de mi hija. El tema sobre el que discutíamos era la necesidad de que las madres hiciéramos algo por seguir formándonos nosotras para poder educar mejor a nuestros hijos.
De entre todas las asistentes, había una señora, con cara aniñada y cuerpo menudo, agradable en el trato y una expresión, que no sabia explicarme en el profundo mar verde de sus ojos. (cansancio, quizas).
Animosa, le insistí una y otra vez, a que participara con nosotras en otras actividades, fuera del hogar. Ella callaba, sonreía y no se comprometía en ninguna de las propuestas a pesar de nuestra instancia. Al terminar la reunión me llamo a un rinconcito y me confeso: -“No tengo necesidad de andar, haciendo otras cosas, por que tengo en casa, el gozo y la alegría, de mi hija Julia, que rellena todos mis huecos. Que me anima, cuando estoy triste. Que me invita cada día a tomar mi vida con el coraje de luchar. Y que me necesita más que ninguna otra persona en este mundo”.
- Debe ser una chica muy especial, le conteste; Esperando que me aclarase esa efusión de entusiasmo al hablar de su hija.
–“ Así es, mi Julia, tiene 16 años, es la mayor de 6, y desde que nació, es la alegría de mi familia. Tiene parálisis cerebral profundo.
Por ella somos todos una piña en torno a sus necesidades. Por ella, he podido educar al resto de mis hijos en la generosidad y la entrega.
No tengo esperanzas de que la ciencia me dé una solución, ni tampoco pido al Señor, un milagro extraordinario.
Ella es así y el resto la hemos aceptado, sin falsas esperanzas, con la fuerza de la realidad, de que es lo que el Señor, quiere para ella y para nosotros. Desde esta circunstancia especial lo vivimos como algo natural. ¡No sabríamos que hacer sin ella!.
Yo sentí vergüenza propia, de las veces que por tonterías, sacaba los pies del plato y protestaba por cualquier cosa de mis hijos. Comprendí entonces la luz que había en su mirada.
Y sentí verdadera admiración por su forma sencilla y elegante de llevar lo que cualquier persona corriente hubiese calificado de cruz, que al parecer no le pesaba.
Desde que la conocí, cuando algo me cuesta me acuerdo de ella, y me vuelvo a levantar, sin dar más rodeos.
Julia a veces esta cansada, sigue viniendo a todas las reuniones y hace una vida normal. No le gusta que la compadezcan. Y si le preguntas ¿Qué tal?. Te das cuenta de que sus verdaderos problemas son los de cualquier mujer. No se siente especial.
Me imagino que sí es consciente del regalo que Dios le ha hecho al confiarle a su hija Begoña. Y que ese don le da fuerzas como a tantas otras madres de luchar hasta el final aunque no tenga demasiado tiempo para escucharse a sí misma.
No os sorprende de verdad, que en las casas donde hay un verdadero problema de salud, en alguno de los hijos, las madres suelen ser alegres, fuertes, audaces.
Julia. . . Isabel, que desde los tres meses de vida de su segundo hijo y primer varón sabía lo que le esperaba, pues padecía una enfermedad congénita: la ataxia muscular.

Había vivido ya la experiencia con su hermano Francisco y en la que vio siempre a su madre: alegre, aceptando las circunstancias y transformando su hogar para proveer de la máxima calidad a la vida de su hijo, el tiempo que lo tuviera y fueron treinta y tres años.
En los que cada movimiento de su hijo, estuvo ayudado por el cuidado fiel y alegre de sus padres y hermanos.
Tu que lees esto, puede que conozcas también alguna de estas madres, valientes, que viven cerca de nosotros, que las vemos pasear a sus hijos o acompañarlos al colegio.
Cuando logran derribar muchas barreras que la sociedad, pensada al parecer para gente sana, levantan cada día, para apartar de su vista a los discapacitados.

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